lunes, 2 de julio de 2007

CARTA DESDE CASAPALCA




Hola hermano. Cuando me llamaste por teléfono, estaba pasando a pie
desde Ticlio hacia Chicla, lugares muy conocidos en la carretera
central. Espero que aún recuerdes Ticlio. Es el lugar que pasábamos
cuando íbamos a la tierra de nuestros padres de muy niños, donde
negociábamos con el chofer del ómnibus que nos llevaba para que pare
unos minutos y nos permita probar el sabor de la nieve perpetua.

Creo que le quieren cambiar de nombre al lugar. Ahora le dicen La Cruz
de Ticlio porque le han construido una cruz, donde se toman fotos los
que la ven por primera vez, buscando con mucha dificultad el ángulo
donde se vea algo de nieve. Algo tiene que ver el calentamiento
global. Ese si que es un tema muy grave.

Bueno hermano, la verdad me sorprendió que pudiera ingresar tu llamada
a mi celular, diálogo que se interrumpía por la dificultad de la
señal. Tú dirás ¿Y desde cuando le nació el espíritu de "chasqui" a tu
hermano para que esté caminando por las alturas habiendo tanto carro?
Sucede que en Casapalca, centro minero importante ubicado en la
carretera central, estaban en huelga indefinida y los mineros habían
decidido bloquear la carretera un día antes.

Llegué a las tres de la madrugada a Ticlio donde se plantó el carro.
Seguí durmiendo hasta que note la luz tenue del amanecer. Abrí la
cortina de la ventana y pude apreciar la carretera llena de vehículos
varados. Esperé hasta las nueve de la mañana para que abrieran la vía
pero no iba a ser tan sencillo. La gente que venía de Lima hacia el
centro nos informó que había un enfrentamiento entre la policía y los
mineros, que había tres mineros muertos y que los estaban velando en
la pista y que era mejor que retornáramos ya que ellos habían pasado
entre dos fuegos por la carretera. Claro que no podía creer tanta
fantasía y quizás por eso, con mucha tranquilidad decidí empezar a
caminar para llegar a Lima.

Cruzar por las alturas
Mucha gente tenía urgencia de llegar a Lima y el chofer del transporte
nos indicó que podíamos hacerlo evitando la carretera para no pasar
por entre los huelguistas. Eso significaba ir por el riel del tren.
"Pero eso está mucho más alto", le dije. "Pues sí" –me contestó –
"solo les queda cruzar por las alturas".

Cuando iniciamos la caminata éramos trece personas. A las dos horas
andando, cuando pasábamos por la zona en huelga y vimos desde la
altura las piedras en la carretera y gente que corría de un lado a
otro, precisamente allí entró tu llamada. Y apenas terminamos de
conversar, escuché una explosión que a todos nos preocupó. Nos miramos
con cara de ¿What?, una palabrita común en el tufo de la pituquería
cuando expresan sorpresa. Pero igual te lo traduzco al castellano para
que dimensiones su significado popular: "¿Que mierda fue eso?"

El Ing. Celso Palacios, que era uno del grupo, nos tranquilizó "Son
explosiones que realizan para sacar el mineral. Es común en las zonas
mineras". ¡Ah…! dijeron todos. Era una mentira piadosa la del
ingeniero, pero agregó: las personas que deseen no continuar pueden
hacerlo ahora. Nadie retrocedió. Lo que parecía un paso tranquilo me
empezó a preocupar.

Luego vinieron otras explosiones. Eran bombas de gases lacrimógenas y
desde los rieles del tren que van con dirección al "puente
infiernillo" se podía ver a los actores de este drama. Recordé
nuestros juegos de policías y ladrones. En esta batalla los ladrones
eran los mineros y los policías los policías, lógicamente. Tipos muy
bien uniformados con fusiles lanza bombas, chalecos antibalas, cascos
y otras indumentarias con tecnología de punta. Si alguien ha visto la
película Robocops, puede darse una idea de lo que les describo. Los
llamados "ladrones", con hondas hechas del maguey, desde diferentes
cerros se defendían lanzando piedras. Vimos cuando una de esas piedras
le impactó a un policía. Nuestro silencio reflejó mucho dolor y pena.
Creo que no podíamos hablar por la agitación que provoca la altura.

"Hijo de puta minero" gritarían los policías, "hijo de puta tu,
policía" gritarían los mineros despedidos, en huelga indefinida y con
tres obreros muertos. "Hijo de puta todos" me dije en silencio al ver
un peruano tirado en una lucha inmortal. Teníamos que seguir. Otros
grupos venían detrás de nosotros: niños, mujeres embarazadas, ancianos
y enfermos. Nuestra única diferencia con los que estaban rezagados era
que éramos guías de la incertidumbre ya que éramos unos perfectos
ignorantes de a donde nos llevaría caminar sobre el riel. No sabíamos
entonces si había llegado la hora de bajar. Optamos por los rieles del
tren para no exponernos a las explosiones pero, eso significaba
ascender unos trescientos o más metros para pasar por las alturas. Así
es hermano, has leído bien "subir" unos trescientos metros la sierra
al limeñito, estando a 4,000 o más metros de altura sobre el nivel del
mar.

Las explosiones se hicieron cada vez más lejanas. Pasaba el medio día
y cuatro de caminata. Nos encontramos con otras personas que venían en
sentido contrario, utilizando el mismo camino del tren con rumbo a
Huancayo, Tarma, La Oroya, Huánuco, etc. Nos pidieron que tengamos
cuidado. Y es que a los costados del riel no hay espacio para caminar
y un tren que pasó no le dio tiempo de salir a un anciano que subía
con su esposa. No podían continuar en ese estado y estaban regresando.

La sonrisa color esperanza
Encontramos una señora embarazada sentada en una piedra del camino.
Había salido anteriormente a nosotros. No entendía su sonrisa de
felicidad. Nos dijo que su esposo estaba subiendo, "díganle que estoy
bien, pero no puedo bajar el precipicio y que venga a recogerme, se
llama Carlos Mariluz Dulanto". Le faltaba dos semanas para dar a luz y
hasta ahora no entiendo como puede alguien sonreír en esas
circunstancias. Un joven de unos 25 años, que estaba tan consternado
como yo, se acercó y murmuró a mi oído: "Hijo de puta Alan".

- ¿Por qué? – le dije.
- Él prometió acabar con los Servis. Por eso es la huelga. La
mayoría de esas Servis son agencias laborales de las propias mineras o
sus chupamedias. Sin ninguna responsabilidad laboral explotan al
minero. Alan lo sabe y hasta ahora no hace nada.
- Pero entonces digamos "hijo de puta las mineras".
- Si, también debemos de decir eso, pero mejor sigamos
caminando y salgamos de este lío de mierda – me dijo.

Era Pedro Huillca, Presidente de la Comunidad de Huariaca, un pueblo
donde hizo fortuna y vivió la famosa Catalina Huanca, a una hora de
Pasco. Noté que quería decirme algo más. Se me acercó nuevamente al
oído y me dijo:

- ¿Sabes quienes caminaban por esta ruta tan estrecha y difícil?
- No – le contesté.
- Lo utilizaba Sendero Luminoso para movilizarse.
- Como sabes eso…

Su padre, que se llamaba como él, se lo había contado cuando aún era
un niño y antes que lo mandara matar el chino Fujimori porque estaba
preparando una huelga nacional. Caminábamos y seguíamos conversando.
Me decía que debe haber algún momento en que se arregle este país. No
importa si estamos muertos para ese entonces, pero debe haber un
momento en que cese tanta injusticia. No perdamos la fe, me dijo.
Hablaba como un padre. Y lo era. Llevaba un niño de tres añitos que
también se llamaba Pedro Huillca. "Y no podrán matarlo" me dijo
sonriendo y mirando a su hijo, en referencia a su padre asesinado.

El enamorado Víctor Hugo era el más alegre del grupo, daba ánimo a su
amada y cansada Karina. Venían de una fiesta al Patrón San Juan
Bautista. Ambos me miraron con una sonrisa color esperanza. Decidieron
pasar porque ella tenía que llegar a Lima como sea. Karina es
profesora contratada luego de una severísima evaluación, donde fue la
única elegida de entre 64 concursantes para una sola vacante. Tenía
que pasar al otro lado o la votaban del trabajo.

Ya habíamos caminado por el riel hasta llegar a la altura del pueblo
de Chicla y teníamos que bajar la pendiente. Tenía toda la ropa mojada
de sudor pero no podía sacarme la casaca por el viento helado. Noté
que ya no había nadie delante de mí, ni los que iban a Lima como yo ni
los que subían hacia Ticlio. Solo montañas y yo. Me asuste pensando
que eran rocas las que me miraban y querían tragarme ¿Cómo pudieron
haber dominado estos caminos nuestros antepasados? En ese silencio
sepulcral del lugar sentí cuando alguien dijo "Ojo al guía". Era el
bromista Víctor Hugo que seguramente me vio ido. Todos empezaron a
decir "Ojo al guía". Pero el guía no sabía por donde ir.

LOS APUS
Fue un campesino sentado cuidando sus ovejitas que nos dijo que ya no
siguiéramos por la ruta del tren y que teníamos que descender la
quebrada para llegar a Chicla, "cruzar el puente de madera y ya
llegaron". La frase "aquisito nomás" la repitió cinco veces. Era un
precipicio de aproximadamente 500 metros lleno de ichu, plantas de 20
o 30 centímetros que era de donde debíamos de agarrarnos para
descender lentamente.

- ¿De donde vienen?- nos preguntó el campesino y el mismo se
respondió –. Segurito de Lima.

Lo miré muy serio y con firmeza ya que entendí en su comentario algo
del prejuicio hacia lo de Lima. Y agregó, mirando hacia las montañas:
"Dicen que abajo se están sacando la mierda los policías y mineros.
Siempre es así".

Bueno hermano, para no hacértela muy larga ya que me dicen que en USA
no hay tiempo ni para leer, te diré que íbamos por la mitad del
descenso cuando sentí unas tres explosiones al lado de mi oreja, y
otras, y muchas más. Todos empezaron a gritar: hombres, mujeres y los
niños a llorar. Perdí el equilibrio y empecé a caer. Creí que me había
llegado la hora. Un bulto que salía en medio de esa pendiente me
detuvo. Me quedé quieto y boca abajo cubriéndome. Estaban disparando
bombas lacrimógenas desde abajo.

Los generosos ápus, que momentos antes nos pusieron en el camino a un
campesino gruñón, ahora venían con un fuerte aire que se llevó los
malditos humos. Pude escuchar lejanamente algunos gritos que venían
desde la pista de la carretera central que estaba solo a unos metros
de nuestro lugar. Eran unas mujeres que increpaban a la policía:

- ¡Supaypa guagas, no son mineros, son señores que están
pasando para Lima!
- ¿Y que mierda hacen allí? - le contestó la autoridad.
- ¡Si serás burro! ¿pero no vez que están descendiendo?
- Bueno que bajen rápido porque esta huevada de zona ahorita
está declarada en emergencia.

Cuando pude alzar un poco la mirada llena de tierra aún sentí el
silbar del viento del ande despidiéndose, nos decían que estábamos a
salvo. No solo tenía el polvo en toda la garganta, también estaba
agarrado firmemente a ese bulto que había salvado mi vida y que tenía
rostro. Era el viejito que el tren había destrozado una pierna e
intentó regresar. Se había desangrado y ya no respiraba.

"Las mamachas", señoras polleronas de piel color americano que
detuvieron a la policía, nos esperaban con agua de puquial. Eran las
cuatro de la tarde y "gracias a Dios no los agarró la noche arriba"
nos decían "se hubieran muerto de frío".

BARNEY Y EL CALDO VERDE
No terminaba de tomar el agua que nos invitaban, cuando unos policías
se me acercaron agresivamente y me dijeron:

- Oye tú ¿quien es el camarada "guía" o algo así como "ojo del guía"?

No me gustó nadita ese "Oye tú", pero mucho menos el sentido de su
pregunta. Intuí que con tanta tecnología de punta pudieron haber
apuntado a los cerros alguna señal. Seguramente escucharon diálogos y
el "ojo al guía" que empezamos a gritar graciosamente. El autor Víctor
Hugo aún estaba bajando con su adorada Karina. Pero entonces pensé:
darles toda esta explicación, conceptualizado dentro de la conocida
técnica policial, podía significarme unos cuantos meses en la cárcel
hasta demostrar mi inocencia. Tuve que usar esa gran arma que a mi
amigo "Charly" de la universidad, le había dado tantas satisfacciones.
Mi reacción fue puro instinto de conservación. Alcé la voz y dije:

- Soy el Comandante Víctor Raúl Huamán y comuníqueme con su superior.
- Señor, podría mostrarme su identificación –. Su pregunta ya
tenía un tono más respetuoso. Había logrado el primer y más importante
paso.
- Es que acaso no me escucha – le increpé – Ya le di mi nombre
y solo voy a hablar con el oficial a cargo o con el Director de
Gobierno Interior ¡en estos momentos¡
- Esta bien Señor

Se retiró junto con otros guardias. Las piernas me temblaban, pero
estoy seguro que era por la caminata de casi siete horas por las
cumbres. Crucé la pista vacía de la carretera central y de reojo leí
un letrero cruel "Bienvenido a Chicla". Totalmente cansado ingresé a
un "restaurante" de una sola mesa, cuatro sillas y unos cinco niños
sentados en el suelo viendo un programa que transmitía el TV Cable.
Celebraban a un dinosaurio llamado Barney.

"Que me sirvan lo que haya" le dije a la señora que atendía. "Caldo
verde y tallarín rojo, señorcito". Le pregunté si estaban saliendo
carros para Lima. Su respuesta me desilusionó. Tenía que continuar
hasta San Mateo, "aquisito nomás". Eran dos o tres horas más de
caminata. No era mi día, me decía. En eso entraron cuatro policías. Se
pusieron frente a mí y uno me preguntó "Usted es el Comandante…" No lo
dejé terminar:

- Que desean – respondí utilizando un tono grave.
- Buenas tardes mi Comandante. Soy el capitán Armando Cabanillas.
- Capitán, no estoy para protocolos. Siéntese y hágame un gran
favor. Necesito un carro para que me saque de este lugar.
- No se preocupe jefe. Justo viene una ambulancia con un
policía herido por los hijos de puta de los mineros. Allí aprovecha y
se va a Lima.
- Gracias capitán – y agregué – ¿Se abre o no la carretera?
- Lo dudo jefe. Estos mineros si que están duros.

Nos despedimos. Al capitán Armando Cabanillas no le habían dicho que
el policía estaba muerto, ni que en temporada como esta, en Casapalca
llueven piedras desde los cerros. Empezaba a oscurecer y tampoco le
importó la noche. Tenía que cumplir órdenes.

Me acabé el Caldo Verde, ese delicioso platillo serrano
levanta-muerto. La señora llegó con un café caliente y aproveché en
pagar la cuenta. La señora había cambiado su actitud amable hacia mí.
Ahora estaba asustada. Se notaba en su mirada huidiza. Le temblaba la
mano cuando recibió los cuatro soles cincuenta de la comida.

LA NIÑA LUISITA
Hermano, por obvias razones sabrás que no podía esperar embarcarme en
la ambulancia. Me podrían descubrir aquello de comandante. Seguí
sentado en la mesa solitaria. Desde allí se veía todo lo que sucedía
en esa carretera central, vacía de vehículos razantes y exclusivamente
para gente que subía y bajaba buscando su destino. Una de las niñas
que estaba viendo a Barney se me acercó. Se llamaba Luisa. Me miró
fijamente a los ojos y me empezó a interrogar "¿no tienes nada de que
hablar?", "¿Que tal si conversemos algo?"

Me quedé asombrado de la facilidad para entablar una conversación con
un desconocido como yo "¿Quién es Gubbins?". No sabía que contestar
sobre alguien que no conocía. "Mi papá dice que él es muy malo".
Luisita era la hija del Secretario General del Sindicato de Casapalca,
otro despedido en huelga y el hombre más buscado por la policía. De
pronto la niña me tomó la mano y me dijo: Señor comandante, no se
lleve preso a mi papá. El es bueno". Entonces Luisita se puso a
llorar. La abracé, puse su carita sobre mi hombro y mi corazón se
sacudió junto al de ella. Ya no era la altura.

Allí sentados hablamos hasta de Barney, mientras veíamos dos, tres,
cuatro, cinco camiones llenos de policías con destino hacia Casapalca.
Nuevamente se escucharon las bombas. Vimos a una señora deambular
preguntando por su esposo atropellado por un tren, creo que había
perdido la razón. Vimos la ambulancia llevando al policía de pasó
raudo pero que no pudo avanzar más, porque los vehículos que subían
habían utilizado las dos pistas. Luego otra ambulancia donde subían a
la señora que habíamos dejado arriba embarazada, con su hijo recién
nacido. Era un varoncito y se iba a llamar como su padre, "Carlos". La
señora seguía sonriendo.

Luisita estuvo a mi lado cuando vimos todo eso, y en voz baja le iba
contando la historia inventada del "Comandante". No pensé que Luisita
se fuera a reír tanto. Cuando me quería ir me decía que me esperara un
ratito más. Le dije que no podía esperar mucho ya que aún tenía que
caminar otro gran trecho. Con mucha autoridad me dijo "hazme caso,
espera un ratito más". De pronto apareció un auto que venía de Lima,
dio la vuelta en "u" para retornar y se estacionó casi frente a mí.
Luisita me dijo: "Mira, que suerte tienes, éste se va para Lima". Le
di un beso en la mejilla y ella me abrazó fuerte. No quería
despedirse, ni yo de ella.

Era 40 soles hasta Lima, "este si es un gran hijo de puta taxista" me
dije en silencio. Otros tres pasajeros subieron, entre ellos una
"mamacha" con pollera y todo. Partimos hacia Lima cuatro pasajeros y
un chofer. Le pedí al chofer si podía prender su radio y poner las
noticias.
- Con mucho gusto,… mi Comandante.
- Oiga, yo no soy ningún Comandante ¿Quién le dijo esa tontería?
- El Capitán Armando Cabanillas… ja ja ja. ¡Que buena, señor!

Se reía como un loco mientras subía el volumen de la radio para
escuchar a la Ministra de trabajo, Susana Pinillas:

"Las condiciones en las que viven los trabajadores son realmente
sorprendentes, parecen pordioseros…", "Estamos sorprendidos que exista
una empresa con una cultura y actitud que se niegue al diálogo y no
reconozca a sus trabajadores como un elemento fundamental dentro del
proceso productivo de la empresa.", "…las inversiones son
fundamentales para el país, pero estas deben efectuarse con un
compromiso sujeto a la justicia y paz social con el fin de lograr el
desarrollo del país".

Entonces la señora, que iba a mi lado, gritó: "hijo de puta Gubbins".
Su voz no era de una mujer. Era el papá de Luisita, el Secretario
General del Sindicato de Casapalca despedido: "Somos 1,700 mineros en
huelga desde hace 32 días señor, nuestra paga es de 100 dólares
mensuales y no nos la dan hace dos meses. Nos han matado a tres
trabajadores por reclamar ¿Qué podemos hacer para ser escuchados?"
Hermano, hasta ahora estoy buscando una respuesta a esta última
pregunta hermano.

Lo del carro no había sido casual. El papá de Luisita estaba buscando
otro refugio. Luisita le había contado todo o alguien escuchó lo que
conversábamos en su casita-restaurante de una sola mesa, cuatro
sillas, un televisor y unos cinco niños sentados en el suelo viendo a
Barney. Más allá pasamos por una patrulla que controla la carretera.
De lejos me reconoció el Capitán Armando Cabanillas. Me saludo y dijo
a sus guardias "déjenlos pasar".

Luego de unas dos horas y antes de llegar a Lima me bajaron en un
desvió. Ellos se iban a Jicamarca. Todos eran mineros. Lo estaban
cuidando. No los vi armados pero si tenían una especie de correa que
les sostenía el pantalón. Eran las hondas de maguey

Pero hermano, no vas a creer lo que ha hecho el tal Gubbins. Le ha
puesto precio a la cabeza del papá de Luisita y muchos sicarios están
detrás de esa recompensa. Cuando me despedía del papá de Luisita y le
deseaba suerte, me dijo: "No tengo nombre señor y quizás seré un N.N.
dentro de poco. Más que suerte, necesito la ayuda de los Apus".

Aquí lo dejo hermano. Disculpa si me he extendido demasiado en esta
carta pero lo hago con la esperanza de que cuando nos visites, los
Gubbins ya no sean tan hijos de puta.

Saludos,

Víctor Raúl Huamán: 01.Jul.2007
aula.magna.vrhc@...

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